martes, 22 de enero de 2013


4 minutos y 19 segundos.

Este es el tiempo que ha invertido el austriaco Felix Baumgartner en saltar en caída libre desde la estratosfera.

Déjame 4 minutos y 19 segundos de tu tiempo para contarte.

Déjame que te cuente.

Déjame un salto desde tu estratosfera.

Déjame que te cuente, aunque termine aplastada en el suelo.

Déjame que te cuente, ahora que acabamos de terminar esta botella de vino, antes de que se apaguen las velas, que no me gusta el ruido, ni el humo, ni la gente que toca el claxon en los coches.

Déjame que te cuente, que yo no saltaré desde la estratosfera por ti, porque no sé ni dónde está, porque me pierdo por las calles de mi ciudad hasta con un mapa, porque tengo vértigo cuando me subo a un avión, porque las montañas rusas me dan pavor y la lanzadera esa me parece una celda de aislamiento de las que salen en las películas americanas.

Déjame que te cuente que no saltaré en paracaídas ni a punta de pistola pero que, cada vez que me hablas al oído, el vuelco al estómago es similar.

Déjame que te cuente que el único viaje espacial que me interesa es To the moon & back de Savage Garden.



Déjame que te cuente que qué coño pinto yo en la estratosfera a -50 grados centígrados si cuando baja la temperatura de 20 ºC sólo pienso en acurrucarme al lado del radiador escondida bajo el edredón y soñar con el sol quemándome la nariz cada vez que me quedo dormida sobre la toalla.

Déjame que te cuente que no sé nada de astronautas, que me dio miedo Armageddon, que mis únicas estrellas son las farolas que alumbran mi calle cuando vuelvo de fiesta y que me paso el día en las nubes sin necesidad de subir a 39000 metros de altura metida en esa especie de huevo Kinder.

Déjame que te cuente que tus besos sí que los debería patrocinar Red Bull, porque eso sí que es algo extremo y no hacer puenting o acrobacias con un avión.

Déjame que te cuente que lo más parecido que he experimentado a una caída libre supersónica fue aquella vez que me caí de tu cama y no había un trozo de almohada suficientemente grande en el mundo para esconderme la cara.


Déjame que te cuente que yo también alcanzo los 1173 kilómetros por hora para alcanzar el teléfono cada vez que me has escrito.

Déjame que te cuente que lo más cerca que he estado de las estrellas ha sido en tu cama.

Déjame que te cuente que me temo que no daré muchos pasos gigantes para la Humanidad porque voy siempre con tacones y me tropiezo cuando ando.

Déjame que te cuente que mientras tú decías que las relaciones son un fracaso, yo sólo pensaba en barcos, cuando tropiezan con un escollo: "romperse, hacerse pedazos y desmenuzarse". Y que yo sería un armador frustrado, arruinado sin flota, porque condenaría cada velero a tu fracaso.

Déjame que te cuente que no te puedo llevar en un viaje espacial pero sí te puedo invitar a tomar el mejor café de París.


Déjame que te cuente que sí, que segundas partes nunca fueron buenas, pero Terminator 2 es una obra maestra.

Déjame que te cuente que el único espacio que conozco es el que dejas cuando te vas.


Déjame que te cuente que basta con dos gin tonics para ponerme en órbita.

Déjame que te cuente mi penúltima tontería mientras tú te ríes pensando "es que no puedes ser más encantadoramente tonta".

Déjame que te cuente que no llegaré a la Luna pero sí puedo hacer que grites como si estuvieras llegando.

Déjame que te cuente que admiro al pobre austriaco porque no se echó para atrás en el momento decisivo.


Déjame que te cuente que lo único que se me sube a la cabeza son las copas de vino de más.

Déjame que te cuente que como Gilda "nací anoche, cuando te conocí. No tengo pasado, sólo tengo futuro", y que yo, muy a pesar, a veces soy esa Blanche DuBois de Tennessee Williams porque "el encanto de una mujer es la mitad ilusión".  

Déjame que te cuente que sueño con invitar a una copa de whisky a Johnny Farrell en un burdel de Buenos Aires, porque él me enseñó que "yo hago mi propia suerte".


Déjame que te cuente, que yo no saltaré desde la estratosfera por ti, porque no sé ni dónde está, porque me encanta perderme por las calles de tu ciudad, porque no sé dónde me va a llevar este avión, porque las montañas rusas me dan pavor si no me coges de la mano y la lanzadera esa me parece una celda de aislamiento para matar esta bendita locura.

Déjame que te cuente, ahora que acabamos de terminar esta botella de vino, en la quietud de la luz de las velas, que una mirada puede romper el silencio más profundo, que dibujo corazones con el humo de un cigarro, que tengo miedo de que los cláxones no me dejen oír tus pensamientos.

Déjame que te cuente que se me acaba el tiempo.

Déjame que te cuente que tengo que aterrizar y no sé cómo coño se abre el paracaídas.

Déjame que te cuente lo que dura un salto desde la estratosfera.


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