jueves, 27 de agosto de 2015

La traición tiene mala prensa, es un hecho. Y como todo lo "incorrecto”, también tiene el morbo de ser alegremente cuestionado.



Pero por un momento, pongámonos serios, porque según nuestra querida RAE, la traición es aquella falta que comete una persona que no cumple su palabra o que no guarda la fidelidad debida. Así que un traidor es un infiel por naturaleza, un incumplidor de lo que sea que le eches. Alguien que no se merece ni el último punto para vuestro final.

La verdad es que uno nunca diría con voz alta y orgullosa “¡Soy un traidor!”, porque siempre nos han dicho que es algo malo y reprobable, un error por el que te deberías avergonzar.  Y oye, si nos lo han dicho, debe ser cierto.

Pero, ¿has imaginado alguna vez que esta creencia que todos tenemos tan clara, no fuera cierta? Que lo malo fuera un poco bueno, que la vida estuviera del revés.  Sí, por un momento, el mundo tiembla. Una parte de ti se inquieta, y la otra, por razones que sólo tú y yo sabemos, sonríe al recordar.

Te lo diré con todas las letras: ¿Y si traicionarse no estuviera tan mal?
Ya sabes que desde que se inventó el preguntar, quien se engaña es porque quiere. Aunque como quizás sabrás, hay preguntas sólo visibles a golpe de tinta y papel.

Sin querer queriendo, Hanif Kureishi y su libro “Intimidad” contestaron algunas de ellas para mí, destrozando el concepto que tenía de la traición.
Lo sedujeron, lo desnudaron y lo pusieron incómodamente frente a mí. De golpe, no podía mirar a otro lado, no podía disimular. Por esa implacable fuerza que, por suerte o desgracia, siempre tiene la verdad.

Allí estaba yo, hasta entonces “creyente”. Hasta entonces defensora de que la traición era ese punto sin retorno que sólo implicaba pérdida, dolor y decepción. Retada a plantearme que pudiera ser algo positivo, sus páginas abofetearon mis absolutos llamando a gritos a la inspiración.

Sí, la traición seguía recordándome a algún tipo de abandono, y era lógico, la idea de abandonar o ser abandonados nos concierne a todos, como el causar o recibir dolor.

Pero parecía inevitable no prendarse de un enfoque tan inusual: la traición ya no tenía por qué ser una tragedia. Podía ser perfectamente la oportunidad de cambiar, de volver a empezar, de ser mejores. La confirmación de que hay cosas y personas a las que vale la pena abandonar. Una decisión valiente en la que todos ganan más de lo que pierden, al final.

Como decía Kureishi, si uno no dejase nunca nada ni a nadie, no tendría espacio para lo nuevo. De alguna manera, la evolución es una traición necesaria, al pasado y a las antiguas opiniones de uno mismo.

De hecho, si te acabo convenciendo de algo de todo esto, tú también serás un traidor, uno optimista, dispuesto a reinventarse. Y ¿sabes? Después de todo, no suena tan mal.

Por eso traiciónate, traicióname, una y otra vez. Cuando menos toque, cuando más nos duela. Porque al despertar seremos otros, seremos nuevos. Quizás la intimidad existe ahí fuera, pero de donde nunca se va a ir es de aquí dentro. Te prometo que cada uno será quien quiera, cuando quiera y con quien quiera. Te prometo que por fin seremos libres, que seremos nuestros.


Firmado:
Una “traidora”

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