martes, 4 de febrero de 2014



Tenemos lo que queremos pero a veces no sabemos querer lo que tenemos. Vísteme despacio que tengo prisa y desvísteme deprisa, aunque tengamos todo el tiempo del mundo por delante. Corriendo por correr.

Se buscan príncipes azules pero se venden los besos a precio de saldo en rebajas continuas. Y por si alguien se las pierde, también abrimos domingos y festivos. Se buscan princesas delicadas pero en la oscuridad de la noche las intenciones se tornan algo menos caballerosas. Dama en la mesa, señora en la calle y puta en la cama.

El viento en la cara a lomos de la incongruencia no permite pensar con claridad. Queremos inspirar confianza pero somos los primeros en dudar de nosotros mismos.



Porque nadie ha escrito jamás una línea que diga más que una arruga, porque quien algo quiere algo le cuesta, porque caerse no es un motivo para dejar de jugar, porque los charcos están para saltar en ellos. 

Así lo hacíamos de pequeños, y en algún punto del camino dejamos de hacerlo. Dejamos de preguntarnos el por qué de las cosas, y dejamos de comprender muchas de ellas. Somos capaces de perdernos con tal de no preguntar. 

Hemos dejado de mojarnos el culo por las cosas que hacen que la vida de una persona sea extraordinaria. Y son precisamente esas cosas las que nos hacen un poco inmortales.

Y mi pregunta es, ¿cuándo fue la última vez que hiciste algo que te movió por dentro?

Fragmentos de El cajón de Gatsby


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